22.4.08

Rothko

Ayer fui a una exposición de Rothko. Rothkowitz. Un señor parecido medio a Groucho Marx, de pelo negro rizado, bigotito, lentes...
Y ese hombre ¿cómo fue capaz de encontrar colores que todavía no tienen nombre? y que lastiman los ojos de tan brillantes, te sumergen de tan profundos?
Además llegan de sorpresa. Después de ver sus cuadros Kirchner-Picasso-no sé qué, de colores tierras, grises, rosa viejo (vale, era la guerra), de repente el hombre se suelta derritiendo atardeceres, a heredar a Monet y sus lirios, a imitar al Kandinsky fantástico, hasta descubrir sus ventanas, sus horizontes propios.
Algunos cuadros eran de colecciones privadas, anónimas. Pensé al despedirme que nunca los volvería a ver. Y preferí no comprar posters ni postales, para no olvidarlos.
Y esos cuadros dan paz. Me preguntaba por qué. Es lo horizontal, es la impresión de ser una tinta absorbida por el lienzo lentamente... todas esas capas que tienen y que de algún modo inconsciente transmiten calma, sedimentación sin prisa... En alguna esquina de la exposición había una frase de Rothko diciendo que debería haber capillitas por todo el país donde el caminante pudiera sentarse ante un solo cuadro a meditar una hora. Ajá. Esa es la idea entonces. Sí son cuadros meditativos.

Lo más fuerte, un golpe, fue leer que ese hombre, capaz de esos colores, de esa vida, se había matado. A los 67 años.

Por qué, Rothko? por qué? cómo es posible? Igual dolor que ante Van Gogh.

Los últimos tres cuadros de la exposición eran horizontes gris sobre negro, paisaje partido en dos mitades. Como un paisaje lunar, como un mar de niebla en la noche... recordaban inmediatamente al monje ante el mar de Friedrich, pero también por asociación a los cuervos del holandés y al perro de Goya y al perro de Turner... Desolación. Vacío. Nada.
Curiosamente su negro sobre negro es tan majestuoso, tan elegante, que dice mucho, que contiene todos los colores en su pátina. Brilla. Pero estos últimos tenían un carácter tan distinto! dejaba ver las pinceladas, los entretonos de un gris rendido, quieto. El último reflejaba verdaderamente el vacío en el que está un astronauta que se suelta de su estación y queda flotando... como en el cuento de Andersen sobre el paraíso perdido.